Marilyn Monroe dijo en cierta ocasión: «No me importa vivir en un mundo hecho para los hombres, siempre que en él haya espacio para ser una mujer».
A ella le tocó vivir un espacio de tiempo comprendido entre el 1 de junio de 1926 al 5 de agosto de 1962. Para hacernos una ligera idea sobre algunos de los mejores acontecimientos de ese periodo, Norma Jeane Mortenson, auténtico nombre de Marilyn, nació en el año en que se firma la Convención contra la Esclavitud y murió cuando por ejemplo en España, bajo una dictadura, el Boletín Oficial del Estado publica un decreto del Ministerio de Trabajo por el que se equiparaban los derechos laborales de la mujer con los del hombre.
Puede que los guiones de las películas que rodó en Hollywood le dieran a Marilyn ese espacio vital para ser mujer. Porque lo cierto es que la sociedad se ha movido mucho más lentamente en pro de una igualdad total entre sexos y, antes que nada, el respeto total a la integridad de la mujer sigue denigrado en todo el mundo por una plaga a exterminar denominada violencia de género.
En España, sin ir más lejos, los presentadores de los informativos de las diferentes televisiones se han acostumbrado a contarlo de esta manera: «un día más tenemos que dar la mala noticia de que una mujer ha sido asesinada a manos de un hombre». Y el Gobierno, compuesto por muchas mujeres, dando una prioridad absoluta a la erradicación de esta violencia y dedicando importantes fondos públicos a concienciar a todos y a todas, se muestra preocupado por el alarmante aumento de la lista anual de mujeres asesinadas a manos de estúpidos y violentos machistas. Este es el panorama.
¿Qué sucede?, ¿qué impide realmente ver luz al final de este negro y largo túnel que es la vida de una mujer agredida sistemáticamente por su mal llamado compañero? Claramente, hay que señalar con el dedo a una cultura machista, al lenguaje que empleamos, a las afirmaciones que toleramos, imprudentes del todo, y que incluso en ocasiones se reflejan en algunas sentencias que chirrían por las frases que aún se redactan en ellas sobre la mujer y su espacio.
Todo lo anterior me gustaría englobarlo dentro de algo que voy a denominar 'compromiso social' contra la violencia de género. De la ruptura total de esa complicidad social, hay que adaptar con decisión y sobre todo coraje la legislación a los tiempos, a sus sucesos y problemas, y la violencia contra la mujer es uno de los mayores que tenemos. Además, es un problema que tenemos todos. Reconocerlo así sería un primer gran paso, sin pararse ahí. Poco se puede hacer ya por quien lo ve en casa y lo calla. Pero tenemos que formar muy bien a nuestros jóvenes, para que desde bien pequeños sean conscientes de esa igualdad total que debe primar en la relación hombre-mujer.
El violento, bajo ningún concepto puede llegar a pensar que lo que ha hecho está escasamente penado, ni mucho menos que la sociedad mira para otro lado cuando percibe de cerca un problema de este tipo que se da en una familia del barrio.
Me indigna cada vez que se comete un nuevo asesinato y los medios de comunicación (algunos tratan estos temas con un sensacionalismo asqueroso) preguntan a los vecinos sobre lo que venía siendo la conducta del asesino. «Parecía tan buena persona, nunca hubiéramos pensado que algo así podía llegar a suceder», es una respuesta que se esgrime ante el micrófono en demasiadas ocasiones. Puede que en algunos casos, sea así. Pero en muchos más, no.
La comunidad que convive con la víctima, poco o nada sabe de sus secretos y sufrimientos, pero es más sabedora de las actitudes del violento, y de las palizas, y de los gritos y lloros que traspasan las cuatro paredes donde se produce esta violencia, que tiene por narices que ser oída en la puerta de enfrente, en el piso de arriba o de abajo.
La rebaja sustancial de las escalofriantes cifras de la violencia de género en España va a conllevar (está conllevando ya) sangre (las de las víctimas), sudor (la del Gobierno y las asociaciones específicas) y lágrimas (las de las familias que conviven a diario con el problema y no saben, no quieren o no pueden hacer nada).
¿Dónde quedamos en medio de la sangre, el sudor y las lágrimas los demás ciudadanos? Pues en la postura tomada por el profesor Jesús Neira, que le tiene grave en la cama de un hospital, por defender en plena calle a una mujer de los golpes que le propinaba su mal llamada pareja. Por supuesto que erradicar la violencia machista es cosa de todos. Cuando se recupere Neira, estoy seguro de que su primera declaración pública será que volvería a hacerlo. Volvería a defender a esa u otra mujer de ser agredida por un hombre, sea su marido, amigo o conocido de toda la vida.
El profesor Neira es en efecto un ejemplo de lo que todos deberíamos hacer. Incluso lo es también para los medios de comunicación y la vuelta de tuerca que deben dar en su total y definitiva involucración para erradicar tanta violencia.
Sí, es cierto que desde los medios se siguen todas las noticias que se producen al respecto. Sacamos a la víctima, le ponemos cara, contamos su historia, para a continuación señalar que hace la número tal dentro de la lista 2008 de la violencia de género.
¿Y que más? Esto requiere una atención diaria, de un empujar a cambios para mejor. Los medios de comunicación deben ser los primeros en denunciar, en alertar, en pedir, en exigir más arriba y publicar que, pese a que se han tomado muchas y buenas medidas, cabe mayor esfuerzo a la hora de hacer esto o esto otro.
También podemos aprender de otros países. Cito textual: «Reino Unido propone que las maltratadas que maten a sus parejas no sean condenadas por asesinato. La abolición del violento machista pasa también por restarle posibilidad alguna de que salga indemne, y hasta ahora es posible».
Esa posibilidad se llama 'defensa por provocación'. El asqueroso maltratador que finalmente se convierte en asesino argumenta en su defensa que ha sido provocado, que ha llegado por celos al crimen pasional. La propuesta británica se basa en el siguiente fundamento: «No puede haber ninguna excusa para la violencia doméstica, y mucho menos para matar a nadie. Queremos poner fin a una cultura de excusas que permite a un hombre que ha dado muerte a su mujer decir que no es culpa suya porque tenía una relación extramatrimonial o porque le había provocado».
Para Harriet Wistrich, fundadora de Justicia para las Mujeres, este tipo de reformas legales tienen que permitir a las mujeres que han sufrido años de abusos a manos de sus verdugos utilizar una defensa que les permita evitar la prisión perpetua por asesinato.
Y añado más: no me importa vivir en un mundo de hombres, siempre que en él no existan los violentos machistas, asesinos de mujeres. Marylin comprendería que tras siglos de sufrimientos para las mujeres se alterase hoy su frase para pedir un ¿basta ya! e ir en busca del auténtico espacio para la igualdad.
Miguel del Río es periodista. «El violento, bajo ningún concepto puede llegar a pensar que lo que ha hecho está escasamente penado, ni mucho menos que la sociedad mira para otro lado cuando percibe de cerca un problema de este tipo que se da en una familia del barrio»
MIGUEL DEL RÍO
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