9 de febrero de 2009

Un campeón mundial enseña kárate a mujeres maltratadas

Iván Leal, campeón de kárate- CARLOS ROSILLO

"No se le puede quitar de la cabeza a una persona una obsesión", sentencia la mujer de los ojos verdes. "Su obsesión soy yo, hacerme daño", continúa. "Sé que voy a necesitar defenderme más pronto que tarde". Hace dos años y medio que se separó y desde entonces no ha habido un solo día que no tenga noticias de su ex pareja. La busca, la hostiga judicialmente. "Ahora quiere llevarse a los niños, cuando siempre fue indiferente", continúa. "Sólo lo hace para hacerme daño, como sea".

La mujer de los ojos verdes asiste, junto a 14 compañeras, a clases de kárate en Arganda. Un día a la semana acuden al gimnasio del sótano del puesto de Policía Local para aprender a defenderse. "Me parecéis muy valientes", empieza su maestro. Un maestro que, vestido de calle, no parece que haya sido seis veces campeón del mundo de kárate.

Iván Leal ha acudido con su mujer. Empiezan una pequeña demostración. Las 15 mujeres les rodean. Ella le agarra del pecho, le empuja. Él la sortea. "Son situaciones a las que muchas os habéis enfrentado", explica. "Aunque seáis más débiles, con cabeza podréis evitar daños". Su mujer vuelve a la carga, agarrándole del pelo. Una alumna susurra: "No puedo más, lo siento", y se separa del grupo unos minutos. Demasiados recuerdos.

Poco más de 20 años tendrá la mujer menuda que, sin palabras, observa la clase junto a la mujer de los ojos verdes. "No vais a salir de aquí siendo máquinas de matar", añade Iván con media sonrisa, "pero sí más fuertes de mente, más seguras de vosotras mismas". "Os entiendo", sigue, "una persona muy cercana a mí sufrió maltrato. Por mucho que yo pueda llegar a pensar 'soy capaz de matarle', no es eso, ésa no es la vía. Nunca se puede llegar a nada así".

Tras la confesión, Iván continúa explicando cómo esquivar golpes. Pero no todo es defensa. Iván alecciona a las mujeres sobre cómo pueden agarrar las manos de su agresor para evitar daños y, sin ejercer fuerza, con técnica, luxarle las muñecas, tirarle al suelo o darle una patada. "Eso os puede dar el tiempo suficiente para salir corriendo", explica él. "En el peor de los casos, puede incluso ayudaros a desarmarle".

Las alumnas atienden: saben que les puede ir la vida en ello. Sus ojos siguen ansiosos cada movimiento. "Iván, ¿y si nos agarra por el cuello?", pregunta, despacio, la mujer menuda. Las preguntas, poco a poco, se suceden. Junto a Iván, una psicóloga ayuda a resolver las más comprometidas. Como las que hablan de los hijos que, ya lejos de sus padres, sólo han aprendido a maltratar a su madre.

Los 50 minutos de clase concluyen y las mujeres agarran sus abrigos. "Vengo porque necesito confiar en mí misma", comenta una señora de cerca de 50 años y mirada dulce. "Necesito ser capaz de ir libremente, sin miedo a no poderme defender como ya me ha pasado. Necesito sentirme segura", argumenta. Hace ocho años que le dijo adiós a su marido definitivamente. Le había dejado en otra ocasión, pero volvió con él. Y con él, el maltrato "fue a peor", asegura.

"Iván estableció que fuesen menos de 20 alumnas", explica la concejal de la Mujer, Concepción Pérez. Las mujeres que acuden al curso, organizado por dicha concejalía junto a la de Seguridad, son derivadas desde el Punto Municipal de Violencia de Género. Todas han denunciado a sus parejas y muchas reciben ayuda psicológica y asesoría laboral.

"Yo me he sentido protegida por la policía y por la Guardia Civil", cuenta una mujer rubia. "Pero aun así siento que, por si acaso, tengo que aprender a defenderme sola", continúa; "estos cursos deberíamos hacerlos todas".

La mujer de los ojos verdes es más escéptica: "La policía no puede hacer nada, golpear a alguien es muy fácil", asegura. "No puede haber un agente 24 horas al día conmigo", añade la mujer rubia. "Los móviles ayudan, pero puedo tardar en encontrarlo, en dar la alarma... No sé, es imposible estar del todo segura", lamenta la mujer de los ojos verdes antes de apretar los labios. Después, gira la cabeza y mira a su compañera, la rubia. "Nos vemos la semana que viene, no faltes", sonríe. "No", responde, con sencillez, la otra. Tiene la mirada dura. Frunce el ceño. "No faltaré", afirma susurrando.



A. IZQUIERDO
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