27 de agosto de 2008

'Mobbing': una forma de violencia invisible a los ojos de la sociedad


Iñaki Piñuel
"Pasada una época en la que se veía como algo normal el maltrato físico y psicológico a la propia esposa, los hijos, los compañeros de colegio o los empleados, estos tipos de comportamientos se van haciendo cada vez más inadmisibles y reprensibles a ojos de la mayoría. Incluso desde un punto de vista legal estos problemas reciben cada vez más atención, pues preocupan a la sociedad en su conjunto. El clamor universal contra la violencia es en la sociedad algo incuestionable y aparentemente unánime.
Entonces ¿por qué tanta violencia? Nos sorprendemos cuando observamos cuánta violencia persiste en el seno de nuestros comportamientos más triviales de cada día. ¿Quien no se ha escandalizado ante los grados de violencia que se exhiben en un estadio de fútbol entre las hinchadas, en una acalorada discusión familiar o en una de esas tormentosas juntas de vecinos copropietarios?
El dominio de la violencia psicológica
Hemos llegado a tener una visión de la violencia que tiende a expulsarla de nosotros mismos. Sin embargo, esta percepción del fenómeno violento por defecto en los otros y nunca en nosotros no lleva a su erradicación, sino a su transformación de facto en formas de violencia psicológica menos evidentes para cada uno y, por lo tanto, más aceptables.
Preferimos la violencia psicológica a la física porque es más invisible y nos permite tener una buena opinión de nosotros mismos y, al mismo tiempo, gozar de los efectos mágicos y trascendentales que todo hecho violento tiene sobre los que usan y abusan de ellos.
Es así como las formas de violencia psicológica basadas en la exclusión, la estigmatización o la violencia verbal contra el adversario son hoy la tónica dominante en las relaciones sociales, desde los modelos de concursos televisivos tipo Gran Hermano u Operación Triunfo hasta los fenómenos del mobbing escolar o laboral.
La expansión del mobbing
Somos tan violentos o incluso más que antes, pero nuestras maneras se han vuelto, en apariencia, más sociables o respetables. La era de las guerras y de la violencia física directa ha dado paso a la era de la violencia psicológica, servida a diario por los medios de comunicación de una sociedad transida por la mentira fundamental de su carácter menos violento.
El mobbing es la violencia más respetable en la medida en que es la que pasa más desapercibida y, al mismo tiempo, es la más compartida por toda la población. Se trata de la violencia más clandestina, pues es, a la vez, la más extendida y la menos constatada.
Las formas más variadas de violencia psicológica en las relaciones sociales son un fenómeno muy extendido en los vecindarios, las familias, el sistema educativo, los debates televisivos y hasta el parlamento. No podemos extrañarnos de que también las relaciones laborales estén presididas por esa realidad emergente por doquier que es la violencia psicológica.
Nos lanzamos rápidamente a condenar la violencia que a diario vomitan los medios y que nos presentan la vieja noticia de los más variopintos sucesos violentos: crímenes, violencia doméstica, acoso escolar, violencia racista y xenófoba, guerras, terrorismo, etc. Condenamos los programas salsarosizantes -que nadie admite ver- y que exhiben la violencia verbal por defecto, mientras que los productores de televisión reconocen que no hay como una buena bronca para elevar un share alicaído.Los demás son los violentos
Sin embargo, ninguno quiere reparar en lo violento de su propio comportamiento contra otros en una riña de tráfico, una bronca de vecindario o la crítica demoledora de aquellos con los que rivalizamos en el trabajo, en medio de la competitividad profesional más despiadada. Somos los más fariseos de entre todos los seres humanos que han poblado la Tierra a lo largo de la historia cuando creemos radicalmente en nuestra propia inocencia respecto a la violencia porque nos fijamos en las violencias más extremas y aparentes de los demás.
La explicación de la violencia y de sus mecanismos enmascaradores choca una y otra vez con un síndrome de negación generalizado. Nadie negará que vivimos en una sociedad violenta, incluso más violenta que antes, pero nadie aceptará incluirse entre los partícipes en ella.
Siempre son los demás los que empiezan las guerras. Son "ellos" quienes provocan nuestra justificable respuesta, si cabe, violenta.La violencia que usamos contra otros es percibida siempre como justa, medida y sobre todo reactiva a las provocaciones de que somos objeto.
Las víctimas de nuestra violencia de cada día son merecedoras del castigo violento que ellas mismas se han granjeado y del que nosotros tan sólo ejecutamos un dignísimo rol en el limpio restablecimiento de la justicia, de la que nos erigimos en garantes, dando así a cada uno "su merecido". Nunca se ha visto un violento que no creyera sincera y honradamente en la culpabilidad y, por lo tanto, en el merecimiento del castigo que recibe su víctima.
De ahí viene el paradójico fenómeno de la extensión de una violencia que crece sin límites, sobre todo en su modalidad psicológica y social, mientras a su lado aumenta la sensibilidad social más profunda contra ella. Como siempre, son los demás quienes son los violentos [...]"

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