28 de agosto de 2008

La violencia de género, un punto de mira de una sola dirección

La violencia de género es, sin duda, una de las mayores lacras de la sociedad actual. Un problema que envuelve a éste y a la mayoría de los países del continente, y que se extiende a todas las capas sociales. En España, hasta hace unos años, pocos eran los episodios de violencia machista o, al menos, una minoría de ellos salía a la luz pública. Matar, hace un par de décadas, tenía dos precios muy elevados: la cárcel y el infierno.

La apertura de nuestro país propició, con la llegada de la democracia, que las creencias religiosas fueran cada vez menos convincentes. Los curas ya no tienen ese poder de la época de la dictadura, ya no dan miedo. Ahora, su palabra es doctrina para unos y, para muchos, tan sólo papel mojado. Hoy en día, pocos son los que creen en el cielo y el infierno y por ello matar sólo tiene el precio del 'talego' y, con un poco de suerte, si los abogados defensores funcionan bien, todo se puede quedar por una temporada en el psiquiátrico.

El trullo parece que tampoco es lo que era. Actualmente las cárceles son más cómodas, las penas más cortas y la vuelta a la sociedad, la reinserción, ya no es tan traumática. Hace algunos años, un ex presidiario era un apestado que no encontraba trabajo alguno después de cumplir condena. Hoy, las prisiones están llenas de delincuentes, asesores, alcaldes, concejales, directores generales... Muchos presos se sacan una licenciatura entre rejas que después les sirve para dar clases en la universidad.

La violencia de género nace, sin duda, en la mente retorcida de muchos hombres que ven en la pareja la posesión más importante de su vida. Un objeto exclusivo que se rompe antes de ser compartido. A otros, el exceso de amor o los celos les hacen perder la razón. Se quiere tanto que, cuando al otro se le va el amor o encuentra la pasión en otros brazos, se recurre a la navaja.

Muchas mujeres mueren por el exceso de alcohol o de drogas del marido. La resacas y los síndromes de abstinencia, que es lo mismo, tienen mala convivencia doméstica, y mucho menos las horas posteriores a la jornada completa en el bar. La violencia se desata con el vino dentro y fuera de casa, con los tuyos o los de al lado.

Pero el asunto de la violencia de género tiene sóla una dirección y el punto de mira siempre es una mujer indefensa e impotente.

Una mujer acorralada, generalmente con el único recurso del escatimado sueldo de su pareja. Una mujer que calla y espera cada hora una nueva ofensiva por parte de aquel de quien en su día estuvo enamorada o del que sigue amando profundamente. Una mujer que trata de esconder su desgracia a la mirada de sus hijos, sus familiares y sus vecinos.

Mucho se ha hablado y escrito de este asunto que, a pesar de las denuncias, las órdenes de alejamiento y los teléfonos conectados con la comisaría más próxima, no disminuye. Además, a los violentos de aquí se han sumado los de otros lugares y esto no cesa.

No se si la solución al problema pasa por desterrar la figura de satanás y el fuego eterno o por que los maltratadores se pudran en la cárcel, pero, desde luego, algo hay que hacer y rápido. Quizás cambiar algunas tuercas del cerebro humano.

Hace unos días, en Ontinyent (Valencia), un hombre de 38 años mató de un disparo de escopeta a su pareja, de 42, y luego se suicidó con el mismo arma. El hijo de ambos, mientras tanto, jugaba en la calle con sus amigos.

DIEGO RUIZ
El Diario Montañés

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