8 de septiembre de 2008

La violencia machista y su contexto


La pobreza de las mujeres, su situación de ilegalidad y la impunidad de los agresores favorecen los abusos.
Sonia en el trabajo se hace llamar la Centavito, y Mike, que la conoce bien, me dice que ella eligió este nombre pensando que cuando la gente encuentra un centavo en el suelo no se molesta ni tan siquiera en recogerlo.
La Centavito es una de las miles de mujeres que sobreviven ejerciendo la prostitución en la costa guatemalteca del Pacífico, una inmensa marisma de fértiles tierras negras cubiertas de haciendas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar y del plátano, bajo la sombra de los inmensos volcanes que emergen del altiplano.
Pero los departamentos del suroccidente de Guatemala, a tan solo 400 kilómetros por mar de las zonas de producción de cocaína de Colombia y cerca de la frontera con México, se han convertido en un lugar de paso para los traficantes de drogas o de personas, para los inmigrantes irregulares que quieren llegar a la tierra prometida de América del Norte, para las maras --organizaciones de jóvenes violentos, enfrentados entre ellos y a menudo al servicio del narcotráfico-- y para los miles de trabajadores que, durante la época de la zafra --la tala de la caña--, se desplazan allí desde las montañas para trabajar más de 12 horas diarias a cambio de unos euros por cada tonelada de caña que cortan.
LA HISTORIA de la Centavito no es muy diferente de la de muchas mujeres que ejercen la prostitución en América Central. Nació en el interior rural de Guatemala, pero podía haber nacido en un entorno de pobreza de cualquier país de la región.
Forzada sexualmente durante meses cuando tenía 14 años por un miembro de su familia, en este caso el padrastro, su madre nunca lo reconoció y ella un día decidió irse a la capital, donde la única forma de lograr comida y techo fue ofrecer sexo al servicio de un proxeneta.
Ahora tiene 29 años y ha parido tres hijos. El primero, cuando ella tenía 17 años, murió en la calle un día en que, estando borracha, lo dejó abandonado. Nunca se lo ha perdonado.
Los otros dos, de 8 y 10 años, saben lo que hace su madre y por qué lo hace, y la quieren. No ha vuelto a ver a su familia, que no le perdona que se dedique a lo que se dedica. En otros casos, los hijos están con los abuelos, a los que estas mujeres regularmente les mandan parte de lo que ganan en una semana. Ellos creen que ellas trabajan de camarera o en un taller de confección.
Pese a que la explotación, a menudo de menores, es la norma, a veces la relación de las mujeres con los propietarios de los locales en los que trabajan o con algunos clientes habituales es ambigua, y cuando te hablan de ellos, incluso se diría que les tienen cariño.
Verdad o no, uno de los argumentos más frecuentes para seguir ejerciendo la prostitución es el de poder pagar el colegio de los hijos. Algunas consiguen pasar las fronteras y llegar a América del Norte. La mayoría, no. Pero el poder hacerlo tampoco es ninguna garantía: durante el año 2007, Estados Unidos deportó a más de 23.000 inmigrantes guatemaltecos indocumentados.
Pobreza, ilegalidad e impunidad generan violencia. En Guatemala, con un índice de pobreza del 57%, se producen una media de 5.000 asesinatos cada año, y desde el 2001 han muerto violentamente más de 4.000 mujeres.
En muchos casos hubo también violencia sexual. Los abusos sexuales y la violencia intrafamiliar, a pesar de estar absolutamente subdeclarados, constituyen el 9% del conjunto de delitos registrados.
Pobreza, ilegalidad y violencia son determinantes para la propagación de enfermedades, entre ellas el sida, ya que impiden el acceso a la información, a las medidas de protección y a los servicios sanitarios.
Si bien en América Central la incidencia de la infección por el VIH no puede compararse con la de África o algunos países del Caribe, la tasa de infección en las mujeres embarazadas de determinadas zonas llega ya al 1%, el criterio de la Organización Mundial de la Salud para clasificar la epidemia como generalizada.
Los esfuerzos de algunas administraciones locales y del Fondo Global de Naciones Unidas han logrado incrementar el número de diagnósticos y tratamientos de esta infección, pero se estima que la cobertura de las necesidades de los afectados llega tan solo a la mitad. Las proyecciones de la epidemia en la región no son optimistas y no podrán revertirse si no se encaran frontalmente la pobreza, el acceso a la educación y a la salud, la prevención de la violencia y la protección legal de sus víctimas.
EL CONGRESO de Guatemala acaba de aprobar por una inusual unanimidad la ley contra el feminicidio y otras formas de violencia contra la mujer.
Será difícil que sea algo más que un gesto, pero este es un gesto importante en un país donde hasta ahora los gobiernos no han hecho nada para proteger a los más vulnerables, sino todo lo contrario.
Mike es uno de los educadores sociales de un proyecto de cooperación para la prevención y control del sida y de otras infecciones de transmisión sexual.
Su trabajo consiste en velar por que los colectivos más vulnerables accedan a los servicios sanitarios, explicarles cómo protegerse de estas infecciones y animarlos a hacer valer sus derechos. Mike, que también siente estima por la Centavito, un día le dijo que a veces un centavo es todo lo que le hace falta a alguien para poder pagar el billete de autobús. Y la Centavito seguro que sonrió.
Jordi Casabona

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