3 de septiembre de 2008

Convivencia: violencia doméstica, causas y efectos/Cuba

Tras casi cinco décadas de igualdad jurídica de género, todavía en Cuba hay mujeres que continúan siendo víctimas de presiones psicológicas y emocionales, de acoso y abuso sexuales, e incluso de agresiones físicas y otras formas de violencia doméstica.

Las causas y efectos de esa violencia doméstica son investigadas por especialistas de la Federación de Mujeres Cubanas, para quienes detrás de cada una de esas actitudes está una cultura patriarcal trasmitida de una generación a otra, la cual acentúa la desigualdad entre hombres y mujeres e influye en la actitud de las féminas en una relación de pareja.

Pese al protagonismo social a ellas conferido en algunos sectores, a nivel social y doméstico, los hombres continúan asumiendo posiciones de superioridad.

Se puede definir la violencia como cualquier acción directa o indirecta mediante la cual se inflige sufrimiento físico, sexual o mental contra la mujer con el propósito de castigarla, humillarla, denegarle su dignidad humana, su autodeterminación sexual o su integridad física, mental, moral o menoscabarle su autoestima y personalidad

Para Ada Mayo Cabrejas, psicóloga del policlínico Luis Pasteur, en el municipio de 10 de Octubre, en la capital cubana, la convivencia generacional, conflictos, marginalidad y tabúes subsisten en las familias e inciden en el aumento de los índices de violencia intrafamiliar.

Las mujeres heredan patrones que favorecen el predominio masculino en detrimento de la equidad social promovida por la sociedad cubana.

Para las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia de la FMC, cultura e identidad son tenidas en cuenta, pero prima atender la singularidad de cada caso, pues las sutilezas de la violencia alcanzan las manifestaciones más insospechadas e impiden a la mujer percatarse de tales violaciones.

Prueba de ello es cómo algunas solicitan ayuda a través de terceras personas (amigas o familiares), quienes a su vez han recibido apoyo con anterioridad en situaciones semejantes.

Todavía la dependencia socio-económica de la mujer con respecto al hombre la sitúa en una posición de vulnerabilidad, subordinación y estimula las expresiones violentas en su contra.

Todo, pese a ser ellas el 44 por ciento de la fuerza laboral en el sector estatal civil, el 66 por ciento de todos los técnicos y profesionales del nivel medio y superior, el 72 de la fuerza laboral en el sector educacional, el 67 en el sector de la salud y el 43 por ciento en el científico.

Según los especialistas de este campo, cuando la huella del maltrato es visible y deja sus marcas en la piel, ellas prefieren mantener esa humillación, causa directa de una pérdida de la autoestima, caen en conflicto de decisión, comodidad e incluso morbosidad. A esta altura del problema la vida para ellas carece de prioridad y la violencia deviene hábito.

La violencia doméstica trasciende las estratificaciones de ingreso, ocupación, raza, cultura, edad o posición social, y se desconoce su magnitud, pues está amparada por la cultura patriarcal. Por lo común, esta silenciosa pandemia no desaparece por sí sola.

Desde 1999 se halla en vigor la Ley número 87, que ratifica la línea de severidad en el tratamiento penal de los delitos contra el normal desarrollo de las relaciones sexuales, contra la familia, la infancia y la juventud.

Sin embargo, es necesario que mujeres como Regla …, una secretaria de 48 años, conozca que delitos como la amenaza están penados por la ley.

Y también, que otra Regla –en este caso una estudiante universitaria- no justifique a su novio (¿celoso?) cuando este la presiona constantemente y le impone una forma determinada de vestir o la vigila al salir de la facultad.

Maite González Martínez

www.ain.cu

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